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lla de Harim, cuando servía a las órdenes de Bohemundo de Antioquía
yJoscelyn de Edessa. Eso fue hace veintisiete años. Yo era un joven
inexperto de veinticinco años en aquel tiempo, y me ha quedado este
balanceo náutico, tanto en tierra como en el mar.
El viejo guerrero rió irónicamente ante su grave impedimento.
-¡Pero estoy esperando una nueva oportunidad para saldar las
cuentas!
Los templarios se animaron ante la alegre personalidad del vete-
rano. Al llegar al extremo del muelle de piedra y pisar la senda are-
nosa, el viejo oficial del puerto señaló hacia un extraño edificio que
allí se levantaba.
-Ese es el cuartel general del rey -dijo-. Se trata del castillo
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Mategriffon. A nuestro ingenioso monarca le gusta inventar nuevas
armas de guerra. Es, como podéis ver, un castillo fuerte y compacto,
que incluye una torre móvil de sitio, construido totalmente en madera.
Es fácil de transportar en barco en sus partes componentes y muy sim-
ple de armar y desarmar. El rey Ricardo lo prefiere a una enorme tien-
da, y es, por supuesto, resistente, pues está construido sólidamente.
Hasta tiene un gran vestíbulo y una sala de audiencias, así como
varios cuartos adjuntos. Dentro de sus muros, se pueden montar pabe-
llones para huéspedes.
Mategriffon puede que no sea la solución total para las campa-
ñas en el extranjero, pero constituye un adelanto con respecto a dor-,
mir bajo las lonas o las estrellas.
-Claro que, al ser de madera, debe de ser vulnerable al fuego
griego -comentó Belami.
Sir Roger se echó a reír.
-Por ese motivo, los muros están protegidos con pieles sin cur-
tir empapadas en vinagre. ¡Con el tiempo, uno hasta se acostumbra
al olor! Aquí, junto a la costa, se nota menos que si el castillo estu-
viera emplazado tierra adentro. Cuando perseguimos al enemigo, sole-
mos dormir en tiendas de campaña. Al rey Ricardo le encantan las
campañas. Si yo fuese más joven, seguramente me pasaria lo mismo.
Sir Roger condujo a los templarios, pasando ante los arqueros
ingleses de adusta expresión que guardaban las puertas de Mategrifron,
y les dejó en una antecámara, mientras se alejaba cojeando para infor-
mar al rey de su llegada. Al cabo de cinco minutos, reapareció y les
indicó que le siguieran.
La primera visión que tuvieron del rey Ricardo Corazón de León
fue la de un gigante que se levantaba de su trono para saludarles. Su
ancha frente estaba coronada por espesos cabellos de un rojo dora-
do y ceñida por el borde de su corona. Tenía el rostro de un rey, varo-
nil, rudamente hermoso y sereno, sin la arrogancia petulante que los
templarios acostumbraban a esperar de los nobles cruzados visitan-
tes. Por una vez, los templarios comprobaron que los rumores no les
habían defraudado. Aquel rey guerrero era de pies a cabeza el
«Corazón de León» de la leyenda. Ricardo 1 de Inglaterra era verda-
deramente un magnifico animal.
Los servidores templarios le saludaron y luego se arrodillaron en
señal de obediencia. De inmediato, Coeur de Lion les hizo seña de
que se levantaran.
-Los templarios no precisan hincar la rodilla ante un hermano
cruzado. Al fin y al cabo, todos hemos «cogido la Cruz». A juzgar por
vuestras cicatrices de guerra, veo que habéis luchado duro y bien por
Tierra Santa. Ricardo de Inglaterra os da la bienvenida para que os
unáis a él en ésta la tercera Cruzada.
Aquellas no eran palabras vacias para causar efecto. El rostro son
riente del rey daba peso a sus palabras. Adelantándose para recibir-
les, el rey Ricardo les estrechó la mano derecha férreamente y, ante
su sorpresa, les abrazó. La impulsiva informalidad de Ricardo
Plantagenet se condecía con su carácter jovial.
-Sentimos una gran admiración por las hazañas de nuestros her
manos en armas -dijo, al aceptar la carta que le ofrecía Belami.
Mientras leía rápidamente su contenido, se echó a reir.
-Vuestro Gran Maestro habla de vosotros como si fueseis
hijos favoritos. Esto no es usual, viniendo de un templario. Pez
tengo entendido que Robert de Sablé es un magnífico soldado y
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que admira a los buenos guerreros. Os ofrece a mi como guías expe-
rimentados para reconocer los modos y maneras de nuestros vale-
rosos adversarios paganos. También sugiere que forméis parte de
mi guardia personal. Así será. Me encanta tener a servidores tem-
plarios luchando junto a mi, de manera que acepto gustoso el gene-
roso ofrecimiento de vuestro Gran Maestro. ¿Cómo decís vosotros,
mes braves?
El uso sorprendente de la expresión favorita de Belami por par-
te del monarca hizo reír al veterano, su sonoro diapasón vibrando en
respuesta al del rey.
-Quiera Dios que podamos servir a vuestra majestad como
corresponde. Mi hacha de batalla y la espada de mi compañero están
a vuestras órdenes, majestad.
Al rey Ricardo se le iluminaron los ojos.
-Veo -dijo, con vehemencia- que usáis el arma que yo llevo
en las contiendas. Veamos cuán diestro sois en su uso, servidor Belami.
Se volvió hacia su escudero, un joven bien parecido, de alegres
ojos, que llevaba su laúd colgado del hombro. Sin decir ni una pala-
bra, el joven entregó al rey la enorme hacha danesa de doble hoja.
Ricardo la empuñó expertamente y, después de seleccionar como
blanco un gran escudo de madera colgado en la pared más lejana de
la sala de audiencias, lanzó sin esfuerzo alguno la pesada hacha de
batalla. El arma cruzó como un rayo la amplia sala y se hundió en el
centro del escudo, que se estrelló contra el suelo. El rey miró burlo-
namente a Belami.
El veterano manifestó su admiración por la destreza de Corazón
de León y dijo:
-¿Con vuestro permiso, majestad?
Ricardo asintió con la cabeza.
Belami descolgó prestamente su hacha de guerra del cinto e hizo
una pausa para seleccionar su blanco. El escudo había caído de pla-
no al suelo, con el largo mango de madera del hacha del rey irguién-
dose en el medio.
Belami apuntó con cuidado y con un hábil movimiento del bra-
zo arrojó el hacha a través de la sala, que cruzó como un borroso des-
tello acerado.
El arma cortante como una navaja de afeitar se clavó en el man-
go del hacha del rey y la partió por la mitad. Un aplauso espontáneo
y gritos de admiración saludaron la hazaña del templario.
Coeur de Lion sonrió ampliamente, los blancos dientes brillando
a la luz delflambeaux. Cogió a Belami por el hombro.
-Si no supiese que sois un templario, mon brave sergent -dijo,
riendo-, os habria tomado por un hechicero. iBi6zfait, servidor Belami!
Ricardo se volvió hacia Simon, mirando con franca admiración
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