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Ransom se volvió entonces para observar los alrededores. Bien altos, como inclinados hacia
dentro y uno sobre otro en la cima por la perspectiva, casi ocultando el cielo, se erguían los
inmensos espolones de roca: no dos o tres, sino nueve. Algunos, como los que habían
atravesado para entrar al círculo, estaban muy juntos. Otros estaban apartados varios
metros. Rodeaban una meseta más o menos oval de unas tres hectáreas, cubierta por un
césped más fino que cualquier variedad de nuestro planeta y punteado de pequeñas flores
rojas. Un viento fuerte, cantarino, transportaba, por así decirlo, la quintaesencia fresca y
refinada de todos los perfumes del mundo más suntuoso de abajo, manteniéndolos en
continua agitación. Atisbos del mar lejano, visible entre las columnas, hacían que uno fuera
consciente sin cesar de la gran altura, los ojos de Ransom, habituados desde hacía tiempo
a la mezcolanza de curvas y colores de las islas flotantes, descansaron con gran alivio
sobre las líneas puras y las masas estables del lugar. Se adelantó unos pasos en la
amplitud catedralicia de la meseta y cuando habló la voz despertó ecos.
Oh, qué bueno es esto dijo . Aunque tal vez tú, para quien está prohibido, no sientas
lo mismo.
Pero una mirada al rostro de la Dama le indicó que estaba equivocado. No sabía qué había
en su mente; el rostro, como en una o dos ocasiones anteriores, parecía resplandecer con
algo ante lo cual tenía que bajar los ojos.
Examinemos el mar dijo un momento después la Dama.
Recorrieron el perímetro de la meseta metódicamente. Tras ellos se extendía el grupo de
islas del que habían partido por la mañana. Visto desde esa altura era aún más amplio de lo
que Ransom había supuesto. La suntuosidad de los colores naranja, plata, púrpura y
(para su asombro) negro lustroso lo hacían parecer casi heráldico. De allí venía el viento;
el aroma de las islas, aunque débil, era como el sonido del agua que corre para un hombre
sediento. En toda otra dirección sólo vieron el océano. Al menos no vieron islas. Pero
cuando casi habían completado el recorrido, Ransom gritó y la Dama señaló casi en el
mismo instante. A unos tres kilómetros, oscuro contra el verde cobrizo del agua, había un
pequeño objeto redondo. Si hubiera estado mirando un mar terrestre, Ransom lo habría
tomado, a primera vista, por una boya.
No sé qué es dijo la Dama . A menos que sea lo que cayó del Cielo Profundo esta
mañana.
"Me gustaría tener un par de prismáticos", pensó Ransom, porque las palabras de la Dama
habían despertado en él una súbita sospecha. Y cuanto más miraba la burbuja oscura más
se confirmaba la sospecha. Parecía ser perfectamente esférica y pensó que ya había visto
algo similar anteriormente.
Ustedes ya saben que Ransom había estado en el mundo que los hombres llaman Marte
aunque su verdadero nombre es Malacandra. Pero no había sido llevado allí por los eldila.
Había sido llevado por hombres, y en una espacionave, una esfera hueca de vidrio y acero.
En realidad lo habían secuestrado hombres que creían que los poderes reinantes en
Malacandra exigían un sacrificio humano. Todo había sido una equivocación. El gran Oyarsa
que había gobernado en Marte desde el principio (y que mis ojos habían contemplado, en
cierto sentido, en la sala de la casa de campo de Ransom) no le había hecho daño ni
pretendía hacérselo. Pero su captor principal, el profesor Weston, pretendía hacer mucho
daño. Era un hombre obsesionado por la idea que en este momento circula por todo nuestro
planeta en oscuras obras de "ficción científica", en pequeñas sociedades interplanetarias y
clubs de cohetería y entre las tapas de revistas monstruosas, ignorada o burlada por los
intelectuales, pero preparada, si alguna vez cae el poder en sus manos, para abrir un nuevo
capítulo de desgracias para el universo. Es la idea de que la humanidad, habiendo
corrompido suficientemente el planeta donde se originó, debe buscar a cualquier costo un
medio para sembrarse sobre una superficie mayor: de que las vastas distancias
astronómicas que constituyen las medidas de cuarentena dispuestas por Dios, deben
superarse de algún modo. Esto para empezar. Pero más allá se extiende el dulce veneno
del falso infinito; el sueño loco de que un planeta tras otro, un sistema tras otro, por fin una
galaxia tras otra, pueden ser obligados a sustentar, en todas partes y para siempre, el tipo
de vida contenido en los órganos genitales de nuestra especie: un sueño engendrado por el
odio a la muerte unido al temor a la verdadera inmortalidad, acariciado en secreto por miles
de hombres ignorantes y centenares de hombres que no lo son. La destrucción o cautiverio
de otras especies del universo, si es que las hay, es para tales mentes un bienvenido
corolario. En el profesor Weston el poder se había encontrado por fin con el sueño. El gran
físico había descubierto una energía motriz para su espacionave. Y aquel pequeño objeto
negro, que flotaba abajo, sobre las aguas inmaculadas de Perelandra, le parecía a Ransom
cada vez más similar a la espacionave. "Así que para esto me han enviado", pensó. "Falló
en Malacandra y ahora ha llegado aquí. Y me corresponde a mí hacer algo al respecto." Un
terrible sentimiento de insuficiencia lo invadió. La última vez en Marte Weston había
tenido un solo cómplice. Aunque había contado con armas de fuego. ¿Y cuántos cómplices
podía tener esta vez? Y en Marte había sido contrarrestado no por Ransom sino por los
eldila, y sobre todo por el gran eldil, el Oyarsa, de aquel mundo. Se volvió rápidamente hacia
la Dama.
No he visto eldila en tu mundo dijo.
¿Eldila? repitió ella como si fuera una palabra nueva.
Sí. Eldila dijo Ransom . Los grandes y antiguos servidores de Maleldil. Las criaturas
que no procrean ni respiran. Cuyos servidores están hechos de luz. A quienes apenas
podemos ver. Que deben ser obedecidos.
Ella reflexionó un momento y luego habló.
Esta vez Maleldil me hace más vieja suave y dulcemente. Me muestra todas las
naturalezas de esas benditas criaturas. Pero ahora no hay obediencia para ellas, no en este
mundo. Todo eso es el orden antiguo, Manchado, el costado opuesto de la ola que ha
pasado rodando junto a nosotros y no volverá. El mundo antiguo al que viajaste estaba al
cuidado de los eldila. En nuestro propio mundo también gobernaron una vez: pero no desde
que nuestro Amado se hizo Hombre. En tu mundo aún subsisten. Pero en el nuestro, que es
el primero en despertar después del gran cambio, no tienen poder. No hay nada entre
nosotros y Él. Ellos han disminuido y nosotros hemos aumentado. Y ahora Maleldil pone en
mi mente que esa es la alegría y la gloria de ellos. Nos recibieron (a nosotros, seres de los
mundos inferiores, que procrean y respiran) débiles y pequeños como animales a quienes el
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