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qué los reemplazaremos?
Dejando a un lado la poesía, y pasando a los poetas, tengo que
decirle cosas que le parecerán un poco paradójicas, y que sin embargo
no son menos prácticas que las anteriores.
Los hombres prácticos, serios y positivos, tienen una manera muy
singular de juzgar de la capacidad de los demás hombres, y le llamo
singular, por no darle el nombre de absurda. Cuando un hombre sabe
cuanto hay que saber en este mundo, o al menos tanto cuanto puede
aprender un hombre, y además la poesía, dicen: ¡es un poeta! Y con
esto queda condenado. De manera que para que un hombre sea com-
pleto, es necesario que ignore la poesía, es decir, que desconozca al
hombre moral; que no tenga el sentimiento de lo bello, que carezca de
las facultades perceptivas de la armonía, que no haya leído ni a Home-
ro, ni a Horacio, ni a Dante, ni a Schiller, ni a Shakespeare, ni a Lope
de Vega, ni a Calderón, ni a Lamartine ni a Goethe, ni a Víctor Hugo;
que no conozca la historia literaria de los pueblos antiguos o moder-
nos, que no le ande sobrando la imaginación, y que sea incapaz de
crear seres de la nada en el silencio de la inspiración. Faltándole todos
estos requisitos, es decir, siendo un ser incompleto, puede contar por
seguro, cualquiera que responda a tales condiciones negativas, que
será proclamado como hombre positivo por el Areópago de los hom-
bres serios. Pero, si sabe todo lo que ese hombre puede saber, más la
poesía, que supone otra multitud de conocimientos, puede contarse por
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seguro que será declarado, sin apelación, espíritu superficial. ¿Es serio
este modo de juzgar?
Napoleón decía del poeta Corneille que, a haber vivido en su
tiempo, lo habría nombrado su primer ministro. Napoleón, que fue un
gran poeta en acción, a la manera de Alejandro, era digno de com-
prender cuánta ciencia política había en el creador de esos grandes
caracteres de la antigüedad, en cuya boca ha puesto palabras que han
inmortalizado a su autor, y que prueban que quien tan profundamente
conocía a los hombres, bien pudo atinar con el mejor modo de diri-
girlos.
¿Ha existido, con relación a su tiempo, un hombre más sabio que
Homero, si hemos de juzgarlo por sus obras? Astrónomo, geógrafo,
erudito, filósofo, político, habla de la guerra con la, precisión de Xe-
nofonte, describe los detalles culinarios como Careme en nuestros
días, conoce perfectamente la mineralogía, y habla por la boca de
Néstor y de Ulises con más buen sentido que nuestros titulados hom-
bres de Estado. Debido a esto, hace treinta siglos que preside los des-
tinos de la poesía, y que domina en todas las bellas artes. ¿Qué le falta
a los ojos de los hombres serios para ser un hombre completo? No ser
poeta, es decir, no haber escrito el libro más sublime que haya produ-
cido el ingenio humano, y por el cual el mundo quemaría diez bi-
bliotecas como la de Alejandría. ¿Esto es serio? ¿Y qué diremos de
Shakespeare? ¿Quién ha penetrado más hondamente que él en los
arcanos del corazón humano? ¿ Quién con más sabiduría y más pro-
fundidad que él ha sabido crear esos tipos inmortales que personifican
las pasiones de tal modo que a no haber surgido de su mente, el hom-
bre no se conocería a sí mismo? Shakespeare, puede decirse que, no
sólo nada de lo que tenía relación con el hombre le era indiferente,
sino que sabía todo cuanto al hombre concernía. ¡Lástima que fuese
poeta, dirá usted, y que en vez de escribir dramas, no haya empleado
su fuerza de voluntad en buscar alguna aplicación útil de las fuerzas
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Bartolomé Mitre donde los libros son gratis
físicas, en vez de extasiarse en un moiiólogo estéril y sublime! ¿Esto
es serio?
Podría seguir bosquejando otra porción de cuadros del mismo gé-
nero, por medio de rápidos perfiles, pero la multiplicidad de ellos no
probarían más que los nombres de Homero, de Corneille y de Shakes-
peare, a quienes tendríamos que clasificar de hombres incompletos, si
hubiésemos de juzgar con el criterio de los hombres positivos, que
cuando les presentan un libro de poesía preguntan ¿y esto qué prueba?
Esos tres genios prueban, por lo menos, el poder del hombre para
comprenderse a sí mismo, y no es poco probar, pues sin ellos no sa-
bríamos de lo que somos capaces, ni lo que somos moralmente. Las
ciencias y las artes nos han revelado o hecho presentir todo aquello
que podemos percibir o alcanzar por medio de los sentidos, menos los
límites del entendimiento que, como dice Leibiritz, es lo único que no
entra por los sentidos. Lo primero está fuera del hombre, corresponde
a una vida exterior que no es la suya. Lo segundo pertenece al hombre
mismo, y, como lo dice Lerolix, es la expresión de su propia vida, o
más bien, su propia vida que se realiza y se idealiza comunicándose a
los demás, y esforzándose en eternizarse.
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